El Señor de la Tempestad

 

Rembrandt (1606-1669)


[El siguiente es un discurso que preparé para compartir un domingo en la iglesia].


“Se levantó un viento huracanado, las olas rompían contra la barca que se estaba llenando de agua. Él dormía en la popa sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: Maestro, ¿no te importa que muramos?” Marcos 4.37-38 

“¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se preocupe, añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Por qué os inquietáis?”  -Jesús 

 “No cedas el paso a la alarma inútil; aunque es correcto estar preparado para lo peor, no hay motivo para considerarlo cierto”.  – Jane Austen, Orgullo y prejuicio


En primer lugar, pretendo dar una especie de descripción de lo que narra el texto evangélico. En segundo lugar, haré uso de la experiencia de un hombre silenciado por una tempestad, y, como conclusión, extraeré motivos para la esperanza de un Hombre que silenciará a una tempestad. 

Hoy, como Rembrandt en su única pintura marina, nos situamos en el mar de Galilea, Galilea de los gentiles, sentados con los apóstoles en un pequeño barco pesquero. Cuando, de pronto, se desata una gran tempestad, un seísmos (palabra griega que describe una tormenta o sismo), y nuestro pequeño barco se encuentra, repentinamente, tambaleándose entre el cielo y el abismo, en medio de una calamidad marítima.

Preocupados por la tempestad amenazante los discípulos claman a Jesús, quien, fatigado por las labores del Padre, duerme plácidamente, recostado en un cojinillo junto al timonel. “¿No te importa que perezcamos?” (v.38) le increpan sus apóstoles bajo los efectos de la incredulidad y el agotamiento. Con esa manera de hablar, "no te importa que parezcamos", parecen cuestionar su justicia, o bien su benevolencia, aunque están dispuestos a creer que él puede, de hecho, hacer algo para calmar a aquel titán acuoso. Por eso, creo yo, es que lo despiertan. "¿Por qué no haces algo tú que puedes, acaso te da igual que muramos?" 

Jesús: el Salvador de los hombres, dejándolos morir por pereza. El Señor de los mares, haciendo de las tempestades su colchón de agua. 

En el versículo cuarenta Jesús los cuestiona por su falta de fe, a pesar de estar él con ellos en un mismo barco. " ¿Por qué están tan atemorizados?", dice. Y si bien aquel mar era famoso por sus tormentas, no eran desconocidas para aquellos pescadores galileos. Hubo algo en la violencia de esa tormenta en particular que los hizo asustar de verdad. Pero la sola presencia de Jesús debió haber disipado todo aquel temor. Ella debería disipar nuestros temores... ¿No es así?

Aquel Nazareno dormido en el timonel era más confiable que la fuerza de aquellos veinticuatro brazos, y la arrogancia de sus doce almas. ¿No fue Él quien tomó el timón del arca en la peor catástrofe acuática del mundo? ¿No dicen los Salmos (que hablan de Él) que guarda los océanos en su despensa? Los guarda en un frasco azul, junto a otro con una etiqueta roja con letras negras, que dice: "fuegos del infierno".

Nosotros no confiamos en Noé, el marinero inexperto y conocido por su gusto por el vino. No fue Noé quien dirigió el timón del ancestro de todos los barcos y, aún así, aquí estamos...

ND Wilson escribió que no podemos hacer nada, en ningún momento, para mantenernos a salvo. En el peligro no estamos ni más ni menos en las manos de Dios de lo que alguna vez lo hemos estado. 

Todo el evento también nos recuerda a otro Galileo, un profeta que durmió plácidamente en medio de una tempestad poco común:

"Temiendo por sus vidas, los desesperados marineros pedían ayuda a sus dioses y lanzaban la carga por la borda para aligerar el barco. Todo Esto sucedió mientras Jonás dormía profundamente en la bodega del barco, así que el capitán bajó a buscarlo. «¿Cómo puedes dormir en medio de esta situación? —le gritó—. ¡Levántate y ora a tu dios! Quizás nos preste atención y nos perdone la vida»".
Jonás 1:5-6 NTV

Los apóstoles también temieron por sus vidas y, desesperados, pidieron ayuda a su Dios, que dormía recostado en la barca. Y el cielo echó suertes, y la suerte cayó sobre Jesús, señalándolo como el culpable de todos los males humanos. Entonces Jesús saltó dentro de la más terrible tempestad, y el sol lo devoró, tres días y tres noches.

David Carmichael nos llama la atención al versículo treinta y cinco, donde Jesús dice: “Vamos a pasar al otro lado” . Los discípulos, dice él, tenían en esa declaración una segura e implícita de que llegarían a la otra orilla, pero no sin aflicciones. El Señor de Gloria ha hablado, ¿Quién podrá frustrar sus promesas? ¿Acaso no es en medio de la tormenta donde la fe en sus promesas es puesta a prueba? A veces el buen pastor lleva a sus ovejas a las aguas mansas, otras veces las lleva directo a un turbión. A usted le toca decidir a quien seguir y, aunque el camino se bifurque, sabemos que solo hay una opción viable.

“Una palabra tuya me silenciará para siempre” - Jane Austen.

Suele ser fácil hablar del cuidado y la protección que decimos tener en Jesús, haciéndolo desde la comodidad y la seguridad de nuestros hogares. Pero los pescadores de hombres deambulan alrededor de un mundo tempestuoso a bordo de la nave iglesia.

Volviendo al texto, vemos que, con la llegada de la tormenta, los discípulos comenzaron a temer por sus vidas, mientras se esforzaban con toda su pericia para sortear las indómitas olas del mar. Eran como pulgas en los lomos de un toro enfurecido, como un barco de papel higiénico a punto de ser embestido por un tsunami. Todo aquello parecía una pintura de Hokusai. Jesús era hokusai, el Pintor dentro de la pintura. ¿Qué otro pintor se metió dentro de su pintura? Él era la Palabra creadora, flotando en mar abierto, durmiendo una siesta con el toro tomado por astas. Como el hombre que sabe que Dios (quien le guarda) no se duerme ni se fatiga, y por eso puede dormir tranquilo.

Por supuesto, los apóstoles no vieron todo esto. Ellos eran como el criado de Eliseo, que tenía sus ojos cerrados a las realidades espirituales. Y visto desde otro ángulo, con los ojos azul profundo del mar, aquello no era una tempestad asesina, sino el mar, con los ojos abiertos a lo que había sobre aquella almohadilla junto al timonel: “

Te vieron las aguas, oh Dios; las aguas te vieron, y temieron; Los abismos también se estremecieron” Salmos 77:16.

Los discípulos no eran los únicos que temblaban de miedo. “Temieron los marineros y cada cual gritaba a su dios” (Jonás 1:5) Ellos temían a la muerte, por supuesto, pero el mar, a aquel hombre joven y dormido: La muerte de la muerte.

Entonces temieron, con gran temor (v.41)

Una vez el océano fue un océano. Pero cuando su arrogancia lo llevó a trepar el pico del Everest, Dios confundió sus aguas. Desde entonces jamás volvió a ser "uno" como lo fue entonces.

Se podría decir que, cierto día, en el patio de tu casa quizá hubo tiburones. El océano no olvida su breve libertad, no olvida cuando saltó las rejas y tuvo su momento glorioso.

Los Salmos nos dicen que hay querubines cabalgando en las tempestades marinas, con cuatro caras y brillantes como bronce bruñido.
Imagine por un momento el tamaño de las grandes aguas, pensando que solo el 25% del océano es lo que hasta ahora "conocemos"... Y si sufre de talasofobia, no se atreva a ver vídeos de las profundidades abisales.

Pero aquel día en Galilea, ese viejo mar, con su larga barba de algas, escuchó una voz somnolienta y se postró manso, como muerto, a los pies del que le hablaba. Jesús le habló a las olas y ellas le obedecieron, como lo hicieron siglos antes con Moisés, o aquel día en que Dios le abrió la puerta trasera para que saliera a jugar un rato. Su voz es la misma, siempre, y el mar la reconoció de inmediato.

WH Auden escribió en uno de sus versos:
"Bajé a la bahía y me paré junto al muelle, vi nadar a los peces como si fueron libres ". El mar es un monstruo furioso, pero enjaulado por murallas formadas por un Montón de rocas, a las que, por conveniencia, llamamos "montañas". ".

¿Cuantas personas mueren hoy devoradas por el mar? Los números son incómodos, y prefiero no mencionarlos. Solo puedo decir que, si estos murieron sin Cristo, fueron rápidamente persuadidos de que aquel terrorífico final marítimo no era "nada" en comparación con lo que enfrentaron luego. Llegará el día en el que el mar tendrá que devolver a sus muertos.

Toby Sumpter escribió que "hubo dos reprensiones, y hubo dos tipos de miedos esa noche en aquel mar. Habían tenido miedo de ahogarse (v. 38, 40). Pero ahora tenían miedo de no ahogorse. Ahogarse era al menos un concepto comprensible. ¡Pero este Hombre simplemente le dice al mundo creado qué hacer! Entonces temieron con un gran temor (v. 41)".

En nuestro texto los marineros clamaban a Jesús muertos de miedo, debido a la tempestad, en primer lugar. Y para describirlo, permítanme usar una metáfora del profeta Isaías, extraída del libro de Dios:

"Ellos temblaron de miedo, como tiemblan los árboles en medio de una tormenta"
Isaías 7:2 NTV.

Dejenme hacer mi propio esfuerzo metafórico: "Los discípulos temblaron como una gelatina recién desmoldada, viajando sobre un plato, en las manos de un niño que recién está aprendiendo a caminar".

Si el Señor en un salmo dice que los corazones suelen temblar como las ramas de los sauces en un fuerte viento, deberías abrir la ventana y ver de que se trata. Y quizás deberíamos ver una tempestad monstruosa para entender mejor lo que sucedió aquella noche. Las tormentas y el mar son una verdadera bestialidad. Y, con mayor razón, deberíamos llevarnos a temer a aquel que las inventó. Cuando probamos la miel, ya no podemos ignorar sus atributos insípidos. Del mismo modo, cuando vemos a un tsunami borrar una ciudad como si se trata de un castillito de arena, no podemos ignorar sus atributos invisibles. Lutero llegó al sacerdocio empujado por una tormenta. Un rayo, dicen, encendió esa pequeña chispa, y ese fuego aún arde en nuestras tierras. Pero si una tempestad no es nada, comparada con su hacedor, yo soy menos: "Por favor, Señor, no soples muy fuerte sobre esta pila de granos de tierra, porque perezco". Si yo muriera mañana, y lo hiciera atragantado comiendo un garbanzo, o de otra manera absurda, sé que mis allegados tendrían consuelo en el libro de Job. No quisiera que cuestionaran al Señor por cosa semejante. Él es justo, y la escena de muerte de cada uno de nosotros es honrosa e inmerecida, aunque parezca un sentimiento e, inclusive, un poco ridícula. La humillación nos suele agarrar desprevenidos. No nos tomemos tan en serio, somos dispensables y no tenemos derecho a reclamar sobre algún detalle de nuestra escena final, nuestra salida del palco.

Espero no aburrirlos una y otra vez citando los mismos libros. Job, Jonás y Ruth suelen colarse en mi boca con frecuencia. Me excuso apelando a Tolkien, que dijo una vez que sus ideas provenían del follaje de las hojas su mente. No podía evitar hablar de dragones, enanos y herreros. Y yo, realmente, no sé cómo solucionaría mis dilemas sin Job enfrentarse a los suyos ante aquella tempestad trina.

Es así: en cada enigma levantamos cuestiones desde una postura de superioridad intelectual y moral, o no lo haríamos... Job lo hizo, y luego llegó Dios, y su respuesta fue una profundización de los enigmas, silenciando así a Job. Job tenía una paja en su ojo, pero Dios llegó y se lo atravesó con una viga; moría de hambre con un enigma, Dios llegó y los multiplicó milagrosamente, y aún hoy sobran algunas cestas para alimentar nuestra humildad.

Job fue consolado por Dios, y su mensaje fue claro: "Yo estoy a cargo del caos, señoreo sobre los agentes del mal, y mis enigmas son más satisfactorios que las soluciones del hombre (a decir de Chesterton). Job, tus amigos teólogos acertaron en muchas cosas, pero sus lenguas tropezaron conmigo, con mi señorío sobre el mal, mis motivos y la fuerza de mi brazo".

Los teólogos al menos tienen las Escrituras, y aún así tropiezan ante la belleza ofuscante de sus claras enseñanzas, como una nave colisionando con un bello arrecife de coral. Pero los incrédulos no tienen nada. La impenetrabilidad del sentido del mundo es una piedra de tropiezo para quien solo cuenta con sus cinco sentidos. Gordon Clark dijo que los empiristas pueden (si es que...) descubrir el "es", lo fáctico, pero del "debe" ( telos ) no pueden saber nada. Su conocimiento es puramente descriptivo, si es que lo es. Pero si el debe no figura en sus premisas, no debería aparecer en sus conclusiones. No habrá un Bing-bang allí. Yo no contaría con ello.

Nuestra finitud, así como nuestra parcialidad pecaminosa al juzgar un caso, nos obliga a confiar en el solo criterio del hacedor, y de su beneplácito. No existe consuelo mejor, tanto en la vida como en la muerte. O nos sentamos a los pies de su Palabra para adquirir su sabiduría revelada, o corremos tras el viento, en vano. Y a mi, la verdad, no me gusta correr.

Por sorprendente que nos resulte, Dios en ningún momento de su primer discurso contra Job dice algo acerca de su justicia. Él no necesita justificar ante una criatura el sentido moral de su gobierno del mundo. Yaveh h abla once poemas en Job 38:4-39:30, con 9 escenas de la creación y 11 tipos de animales.Su exposición demoledora contiene preguntas como: “¿Tiene padre la lluvia? ¿Quién engendra las gotas de rocío? ¿De qué seno sale el hielo? ¿Quién da a luz la escarcha del cielo? (38, 28-29) “¿Quién abre un canal al aguacero, ya los giros de los truenos un camino, para llover sobre tierra sin hombre, sobre el desierto donde no hay un alma, para abrirvar a las soledades desoladas y hacer hermano? ? ¿En la estepa hierba verde?” (38, 25-27). Lejos de arrojar luz sobre los interrogantes de Job, estas preguntas parecen probar la insondabilidad e inconmensurabilidad del mundo. Y el asombro y la maravilla del creador aparecen refulgentes desde el torbellino. Chesterton escribió que “El Creador de todas las cosas está atónito ante las cosas que Él mismo ha creado” , y, creo yo, parece querer contagiar a Job con esa misma alegría y entusiasmo.

"¿Quién es éste que aún el viento y el mar le obedecen?" (V.41).

¿Quién calma las tormentas como si fuesen un pequeño bebito en una cuna?
¿Quién dio muerte a la muerte y condenó al infierno al lago de fuego?
Él dice a Job: ¿Acaso me condenarás a mi para justificarte a ti mismo? ¿Me condenarán los hombres para encubrir sus pecados? Déjame a mí mismo hacer ese trabajo.. se llama Evangelio. Y, Job, tu sonrisa no menguará jamás, ni conocerá ocaso.

A veces incluso la iglesia parece hablar como una necia desde el púlpito. Job dijo: ¿Por ventura, recibiremos de Dios el bien y no el mal? Somos los que confesamos que Jesús descendió al infierno, y es por esa fe que recibimos tantas bendiciones, porque él lleva nuestros varones y nuestra condenación al santo sepulcro. Los enigmas abismales de Dios se vuelven más claros cuando vemos a Dios mismo descendiendo al abismo más tenebroso.

Conclusión

Nuestro pasaje nos enseñó lo que Robinson Crusoe aprendió en su naufragio: 

"La redención del pecado es mayor que la redención de la aflicción". Daniel Defoe, Robinson Crusoe.

"¿Acaso es pequeña calamidad el no amarte? ¡Ay de mí!" Agustín, conf. L.1, C3:5. 

Vimos un fenómeno fuera del control humano en esta historia, y el resultado fue una calma repentina (4:39) y un gran temor ante esa calma milagrosa (4:41). Este pasaje nos brinda la esperanza más firme que podemos encontrar en mar y tierra. Incluso frente a la muerte y la desesperación más violenta Dios puede abrir un camino hacia la vida y el paraíso. " El camino al paraíso comienza en el infierno", dijo Dante Alighieri. Y eso mismo pasó en Egipto, en Galilea, en el diluvio... y volverá a pasar el último día. El viejo navío, hecho de madera cruciforme y clavos, será nuestra salvación en medio de la tempestad más terrible. Juan Calvino escribió:

"Viendo que Piloto gobierna el barco en que navegamos, uno que nunca permitirá que perezcamos ni siquiera en medio de naufragios, no hay razón para que nuestras mentes se llenen de temor y venzan de cansancio".

Clamemos nosotros a nuestro Dios antes de morir, antes de zarpar de este mundo, porque el sepulcro es el ultimo navío, donde estaremos dormidos e impotentes, como siempre lo hemos estado, y Cristo, despierto, será quien lleve el timón por nosotros. Recuerden que Cristo es la tierra firme, y el mundo ha naufragado entre las grandes olas del pecado y necesita desesperadamente que lo salven.

Tengamos esperanza porque el mundo no tiene remedio. Siempre estamos en un barco que tiene roto el casco. Dios hace esto para persuadirnos de que no debemos, ni podemos, confiar en nosotros mismos. ¿Por qué tan asustado, cristiano? La retórica divina puede persuadirnos de maneras extrañas y definitivas. Y, si no, a la ley y al testimonio:

"De hecho, esperábamos morir; pero, como resultado, dejamos de confiar en nosotros mismos y aprendimos a confiar solo en Dios, quien resucita a los muertos. Efectivamente él nos rescató del peligro". ". mortal y volver a hacerlo de nuevo. Hemos depositado nuestra confianza en Dios, y él seguirá rescatándonos".
2 Corintios 1:9-10 NTV

"Cuando los fundamentos de la ley y del orden se desmoronan, ¿qué pueden hacer los justos?»? Pero el Señor está en su santo templo; el Señor aún gobierna desde el cielo. Observa de cerca a cada uno y examina a cada persona sobre la tierra".
Salmos 11:3-4 NTV

Casi siempre nuestra entrada a la gloria es a través de la puerta de nuestra propia tumba, de nuestro propio sepulcro. Nuestro momento más oscuro , y nuestra desesperanza más trágica, es también nuestro mayor consuelo... y hablo de La Crucifixión de nuestro Rey y Salvador. ¿Hay, acaso, una muerte más vergonzosa que la suya, o un momento más oscuro? Bendita e inaudita ignominia. Como se ha dicho por ahí: El rey ha muerto Larga vida al rey Todos nuestros caminos son hacia Emaús, solo nos resta abrir los ojos al andar.

"¿Qué es lo que he dicho, Dios mío, vida mía, santa dulzura mía? ¿Qué es lo que habla uno cuando habla de ti? Y, ¡Ay de los que se callan acerca de ti! Porque, charlatanes, son mudos ". Confesiones de San Agustín, Libro 1:4.


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