Langostas, ya saben, del tipo que saltan
FOTOGRAFÍA DE OSF, A. SHAY |
"Él es el que está sentado sobre la redondez de la tierra, Cuyos habitantes son como langostas. Él es el que extiende los cielos como una cortina Y los despliega como una tienda para morar. Él es el que reduce a la nada a los gobernantes, Y hace insignificantes a los jueces de la tierra. Apenas han sido plantados, Apenas han sido sembrados, Apenas ha arraigado en la tierra su tallo, Cuando Él sopla sobre ellos, se secan, Y la tempestad como hojarasca se los lleva".
-Isaías 40:22-24 NBLA
Langostas, ¿Por que no escribir sobre ellas?
La Biblia habla más de una vez de ellas, ¿Qué otra justificación podría usar como excusa al placer de saltar de una idea a otra como una langosta, antes que me lleve el viento? Después de todo, eso somos. Dios nos ve, y nos parecemos un montón; desde su perspectiva, por supuesto. Somos verdaderamente pequeños. ¿Qué somos, sino una escultura de terracota a la que Dios le ha soplado su aliento vital? Sin embargo, el problema de nuestra mortalidad no se debe a haber sido formados de algo tan ordinario como el polvo de la tierra. Nuestra ruina se debe a haber mordido algo tan ordinario como una fruta. Y es por eso que el superhombre de Nietzsche desprecia al cristiano, porque este es naturalmente humilde, y su Dios es uno que no estimó el ser un Dios; esto es una ofensa para un nihilista. Su Dios se hizo carne -una carne hecha del polvo de la tierra- porque no se aferró a su deidad como un dragón a su tesoro.
A la luz de la humildad del carácter de Dios, es increíblemente ridículo el caso de Satanás. Él quiso escalar las alturas del norte, y sentarse en el trono de Dios, para caer luego como un rayo a las profundidades más bajas del infierno. Jesús, que estaba en ese mismísimo trono, descendió al infierno como sustituto de unas míseras criaturas. Aquel que está sentado sobre el circulo de la tierra, cuyos habitantes son como langostas, se hizo como una langosta.
Para Dios, que no está limitado por nuestras limitaciones físicas, los hombres son langostas, y las langostas monstruos gigantescos; los mares son gotas de agua, y las gotas de agua son mares; las montañas son rocas, y las rocas son elevadísimas montañas. Su perspectiva no es tan orgullosa como la nuestra, ni tan diminuta. Como escribió un gigantesco pigmeo Inglés: "el tamaño de las cosas es inconmensurable". ¿Cuánto se puede ampliar un gorgojo bajo una lente muy potente? No lo sabemos aún, debido a la tecnología obsoleta de nuestras lentes. ¿En cuántas partes podemos llegar a dividir una cosa material? Hay quienes dicen que en moléculas, átomos, electrones, leptones y... ¿Y qué más? Yo creo que cualquier extensión en el espacio puede ser dividida, por ínfima que sea; si es extensa, puede dividirse. Que nosotros podamos, o no, es otro cantar. Aquél que las encajó, de seguro puede. ¿Cuánto tuvo que poder ver Dios para encajar las minúsculas piezas de un átomo? Dios es algo así como tres miniaturistas omniscientes trabajando en completa armonía. Es uno que no necesita lupas en el proceso. Es Cristo quien, como leemos en Colosenses, mantiene todas las cosas encajadas en armonía.
Es curioso que al leer el libro de Jonás todos se asombren del gran pez que se tragó al profeta; y es, ciertamente, algo sobrecogedor. Pero cerca del final del libro, aparecen una calabacera y alguna especie de oruga voraz de, imagino, alguna especie de escarabajo o mariposa. Nadie parece notar ese terrible milagro, ni preguntarse, con el mismo curioso deseo, la forma o el aspecto de semejantes criaturas. Los egipcios, en cambio, veían un escarabajo pelotero y, lejos de pensar que era algo ordinario, fruto de un accidente cósmico, pensaban que era una divinidad. Ni siquiera pensaban en la posibilidad de que algún dios hubiera hecho semejante portento. "Muy difícil de hacer, incluso para un dios", pensaban. Sin embargo, nosotros ni siquiera parecemos ser capaces de recordar las partes de la célula animal... ni hablar de sus funciones básicas. Despreciamos lo pequeño, y lo consideramos demasiado simple, a pesar de que seamos tan pequeños como langostas y tengamos funciones tan básicas en este pequeño mundo redondo.
Salomón fue un tipo de Cristo en su reinado, en su sabiduría política y en su poderío militar. Su conocimiento taxonómico era algo en lo que, a todas luces, podemos ver su semejanza con Jesús: "Salomón también entendía la naturaleza. Enseñaba sobre las plantas, desde los cedros altos del Líbano hasta las enredaderas. También enseñaba acerca de los animales grandes, aves y bichos de toda clase" (1 Reyes 4:33 PDT). Deberíamos imitar en esto a Salomón y a Jesucristo. La pregunta "¿qué haría Jesús en este caso?" Sería útil si la aplicáramos al encontrarnos con un pequeño insecto en el camino. Quizás deberíamos pensar más en estas cosas. Un filósofo que solo piensa en el todo, sin pensar en las cosas, es un farsante. Y uno que solo piensa en las ideas suprasensibles y en su alma, es un egocéntrico.
Hablando con rigor, un hombre es lo que piensa, y debería revisar su archivero mental antes de que el rigor mortis lo selle para siempre. El hombre cristiano debería hacer lo mismo. Charlotte Mason dijo, en su obra Educación Hogareña, que el cristiano "Abre su boca y gasta su aliento para hablar maravillas de la ley; pero solo de la ley de la vida espiritual. Con respecto a las otras leyes de Dios que gobiernan el universo a veces adopta una actitud antagónica, casi de resistencia, digna de un infiel". Es decir, él es ortodoxo cuando se trata de ángeles y demonios, pero ser un absoluto ateo cuando se trata de carábidos y lepidópteros. Pero creo realmente que nuestro conocimiento debería unificarlo todo, si es que creemos en un solo Dios creador de los cielos y de la tierra.
Mirar hacia abajo, desde nuestra bajura, nos debería mantener humildes -al menos unos instantes-. Y la entomología suele generar ese efecto en nosotros de manera permanente. Nos tenemos que agachar, tener paciencia, y usar lupas, sin contar con la gran variedad de especies que lo mantienen a uno en una ignorancia insuperable de por vida. Además, es a través del estudio de estas pequeñas obras de Dios que podemos llegar a comprender mejor las grandes obras de Dios. Porque no fueron ángeles los que derribaron la soberbia de Egipto, sino moscas y langostas. No fueron los Ninivitas los que vencieron al más anti profético y valiente de los profetas, sino un gusano. La respuesta, como siempre, está en hacerse pequeños como niños llenos de asombro ante el mundo que se despliega nuevo a sus recién nacidos ojos. Porque, si el mundo no es obra de Dios, ni somos imagen suya, somos una plaga peor que las langostas. Somos langostas que se creen dioses. Las langostas podrían comerse el mundo; pero el moderno nihilista cree que el mundo es tan insípido que no merece ser comido, por eso quiere modificar sus sabores, su receta, y hacerlo apetecible. El hombre moderno se cree creador, independiente de cualquier forma visible, o parámetro invisible. Pero un buen día vendrá aquel hombre que nos ve, cual langostas, dar nuestros pequeños saltos con tan desmedida soberbia. Porque, aunque nuestra diminuta carne de saltos muy cortos, nuestros pecados se impulsan con la grotesca fuerza de un insulto ante el rostro de Dios: «Levántate, ve a Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella, porque su maldad ha subido hasta Mí» (Jonás 1:2 NBLA). Como dijo Chesterton, hablando de Dickens: "El gran hombre vendrá cuando todos nos sintamos grandes, no cuando todos nos sintamos pequeños. Llegará en algún momento espléndido en el que todos sintamos que podemos prescindir de él". Entonces, como Adán, muchos buscarán un escondite entre los árboles del paraíso, mientras que otros daremos pequeños saltos de santa alegría, porque veremos llegar a nuestro páramo al gigantesco creador de los cielos y de la tierra.
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