Sobre la escritura, ese montón de palabras

 


"Si vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo mal" GK Chesterton.

¿Por qué lanzarme a escribir, siendo yo un mal obrero en este oficio? Quizá la principal razón sea mi naturaleza, que me impulsa a hacerlo. También puede que obre bajo la razón de que, como dice San Pablo, Dios ha escogido lo necio del mundo, y lo que no es, para avergonzar a los sabios. ¿Qué mejor herramienta que la pluma de este necio? Sin embargo -y es un hecho evidente-, admito que no escribo con fines académicos, ni para formar parte de una dieta de honorables teólogos en una abadía.

 Escribo porque tengo manos, y un alma. Escribo, seguramente, porque Dios me hace escribir, porque hay algo interesante en todo lo que vemos, o porque el hecho de que veo con mayor claridad cuando -para usar una expresión de Wodehouse- piso mi acelerador mental. Escribo, en definitiva, porque es divertido. Como escribió Chesterton: "se trata de aprender cómo experimentar nuestras experiencias, y cómo disfrutar nuestros disfrutes". Creo que no hacen falta excusas para ventilar en paz algún pensamiento de vez en cuando. 

Es verdad que, si viéramos a Dios, que es el motivo supremo de la escritura, no podríamos escribir demasiado; tendríamos la mano en la boca, o las alas en los ojos. Pero podríamos decir algo de esa experiencia y de ese disfrute una vez hayan pasado. Por eso siempre es mejor comenzar por algún objeto de menor porte, pero con la misma monstruosa atención. 

Solo para ilustrar lo que digo, daré un ejemplo ordinario de mi ordinaria vida. Esta tarde, cuando venía de hacer compras con mi esposa y mi hijo, vi la luna, clara dentro de un cielo azul ultramarino. Fue entonces cuando entendí un poco mejor el poema Desohojacion Sagrada, de César Vallejo, el laureado poeta peruano, que dice en la segunda estrofa:

 "Luna! Alocado corazón celeste

¿por qué bogas así, dentro de copa

llena de vino azul, hacia el oeste,

cual derrotada y dolorida popa?"

Cuando leí y memoricé ese poema no entendí su sentido, y todavia no lo entiendo a cabalidad. No obstante, fue así como se presentó ante mis ojos aquél cuerpo blanquecino: como flotando en el enorme telón del cielo. El cielo abovedado me pareció una copa de vino invertida; la luna creciente, una popa de un barco sagrado, con su casco lleno de cráteres grises, como si estuviera roído por la fiereza de una batalla. 

Mas tarde ese mismo dia, cuando íbamos al cumpleaños de mi prima, vi los postes de luz -esas enormes antorchas que encienden los hombres para alumbrar sus caminos-, elevándose como torres, como hileras de antorchas del Olimpo. Al regresar a nuestra casa se había ido la electricidad, por lo que la calle se encontraba en completa oscuridad. Lo cual me recuerdó cómo cada poste va iluminando un tramo del camino. Se trata de una semejanza entre una misericordia de Dios y otra: siempre hay otra cuando una se termina. Si no fuera así, caminaríamos a oscuras, hacia una oscuridad mucho peor que la anterior. Y les que confieso que el corte de luz me llevó a agradecer por el hecho de que no haya tales apagones en las misericordias de Dios. 

Esas son algunas de las cosas que vi hoy, además de otras cosas semejantes que se metieron por esos agujeros bajo mi frente que adornan mi cabeza. Sin ellos, confieso, el mundo entero se me hubiera perdido entre penumbras. Y no es una visión alienígena, exagerada o ficticia la que describo, sino una visión realista, tan realista como aquella cabeza que los hombres suelen exagerar con un extraño sombrero, y las mujeres con aretes y maquillajes. Si la ficción es un suceso extraño, o una exageración, imaginen a aquella fuente de donde brotan. Sin dudas debe tratarse de una realidad tan extravagante que no lo sería más con el mas extravagante sombrero.

Comentarios

Entradas populares