Tremendas Trivialidades
¿Quién en su sano juicio dirá que no puede ver el rostro de un cristo sufriente y coronado de espinas en el abdomen de la Gasteracantha cancriformis?
Hace unos momentos, mientras tomaba mates y me entretenía con el prólogo de "Enormes Minucias" de GK Chesterton, mi mirada se adhirió inadvertidamente a una pequeña telaraña en el rincón sur de mi casa. "Qué vida tan insignificante", pensé. Pero, a medida que mis pensamientos se agolpaban, dando muerte el más nuevo al que lo precedía, dejó de parecerme insignificante todo aquello relacionado con la telaraña. Me pareció, en cambio, un misterio tan extraño como la forma de la diminuta obra de tejido de esa criatura de ocho patas y seis ojos. ¿Acaso la ignorancia que ella tiene de mi existencia no es idéntica a la que yo tengo de la suya?
Momentos antes había reflexionado sobre lo ridícula que me parecía su vida en ese ínfimo rincón de mi casa. Toda la aventura de su breve vida transcurría allí, en ese rinconcito. Pero, ¿no sucede lo mismo con mi vida?
Hacía solo unos días había leído en Isaías, en el capítulo cuarenta, que al comparar a las naciones con la inmensidad del Creador, el profeta las describía como si fueran una gota de agua que cae de un balde. Y este es mi hallazgo: nosotros vivimos en el rincón más extremo y delgado de esa minúscula gota de agua que cae del cubo. "En él vivimos, nos movemos y somos", nos dicen las Escrituras.
Pero el hombre moderno no es Isaías. Los hombres modernos sufren de una superba ignorancia. Desprecian todo aquello que es pequeño en relación con sus dos ojos. Desprecian el enmarañado tejido que Dios hace en el vientre de sus esposas, por ser de un tamaño menor que una simple araña, por la misma razón por la que desprecian el tejido de una araña en el rincón de sus casas: porque son necios. Pero nuestro ser fue entretejido en el seno materno por Dios mismo. El Salmo 139 dice que Dios vio nuestro embrión mientras lo tejía, aunque este era más diminuto que la más diminuta araña. Sin embargo, como dice Agur, incluso estas pequeñeces de ocho patas, menospreciadas por los arrogantes, tienen mucho que enseñar a los humildes:
"Hay cuatro cosas en el mundo que, aunque pequeñas, son más sabias que los sabios... La araña que atrapas con la mano, y está en palacios de rey" (Proverbios 30:24, 28).
Ahora que he gastado más de un minuto contemplándolo, creo que no existe en mi hogar un rincón más bello y, al mismo tiempo, extraño. Allí, en ese rincón, estaba ese conjunto de sedas sólidas, que aún hoy abruman a los científicos con sus misterios insuperables. La complejidad de ese inadvertido tejido es no solo intrincada, sino también hipnotizante. Me temo que he caído en su red. He pasado del indiferente desprecio al asombro. Me he detenido ante ella como Job ante el torbellino donde Dios le hablaba de constelaciones y animales (Job 37-40). Me he detenido a escuchar su voz a través de las cuerdas del tejido de una araña (Salmo 19). Me he detenido a observar sus invisibles y divinas inmensidades (Romanos 1:20) en un diminuto, pero visible, rincón de mi casa. Me he desengañado al mirar una araña.
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