Tierra de Santa Cruz, por Adelia Prado
Prado no sólo es poética, sino bíblica, y llena de una cotidiana extraordinariedad. Chesterton decía que el mundo muere de hambre de interés, y Adelia es una especie de abuela con muchas ganas de alimentar a los hambrientos, aquellos que desesperan por un trocito de imaginativo asombro. Lo cotidiano del pan de cada día se vuelve, en sus manos, en maná en el arca de la poesía. Así como es clarividente, también es irónica y satírica. Y eso me atrapa, no saben cómo. Tiene versos dentados llenos de Biblia. Esta mujer pastorea desde el laicismo de sus poemas.
Pero hay un problema; no con ella, que bien dijo en uno de sus versos "sé escribir", sino en nosotros, que no sabemos leer poesía... Dios nos ayude a leer este poema tan cuaresmal, que apenas si recordé al leer en mis devociones el texto del día, que es Lucas 13:31-35.
Tierra de Santa Cruz
En mis bodas de oro, con tanta hambre como mis nietos, comeré dulces.
No tendré la serenidad de los retratos
de mujeres que poco hablaron o comieron. Porque el fraile se suicidó
en el pequeño bosque que había fuera de su convento.
Ya lo he dicho antes: no habrá consuelo.
Pero lo hubo: música, poemas, marchas.
El amor tiene ritmos que no son de tristeza:
la forma de las olas, el impulso, el agua que corre.
¿Y ahora? ¿Qué le digo al hombre, al tren, al niño que me espera,
al árbol de jabuticabeira en flor, temprano?
Contemplar lo imposible te vuelve loco.
Soy una tenia en el epigastrio de Dios:
¿Y ahora qué? ¿Y ahora? ¿Y ahora?
¿Dónde estaban el guardián, el tesorero, el portero, la fraternidad cuando partiste,
oh desdichado joven de mi patria,
al encuentro de ese árbol?
Mi enemigo soy yo. Los torturadores se vuelven locos al final, comen excrementos,
odian sus propios gestos obscenos,
los regímenes malvados se pudren.
Cuando caminabas en círculos con el alma dividida, ¿qué hacía nuestra Madre Iglesia,
santa y pecadora?
Organizaba rifas, es cierto, bendecía nuevos edificios, pero también te engendraba
¿quién se atrevería a negarlo?, a ti y a otros santos que dejan sus Biblias marcadas:
«En verdad, llevamos dentro de nosotros nuestra sentencia de muerte»
«Ama a tus enemigos».
El que dijo: «El que cree en él, vivirá para siempre», también colgó del árbol como fruto de burla.
Nada, nada que sea humano es grandioso.
La señorita grosera me interrumpe en la puerta. Quiere plantines de enredadera.
Mis cabellos se ponen de punta.
Como un torturador piso el retoño, los ojos y las entrañas de la intrusa
y, no siendo mejor que Job, lloro mis locuras.
Siempre hay quien le pregunta a Judas
cuál es el mejor árbol:
los locos lúcidos, los santos locos,
aquellos a quienes más se les dio, los casi sublimes.
Mi mayor grandeza es preguntar: ¿Habrá consuelo?
En un dedal caben mi fe, mi vida y mi mayor miedo, que es viajar en ómnibus.
La tentación me tienta y casi me hace feliz.
Es bueno pedir ayuda al Señor Dios de los Ejércitos,
a nuestro Dios que es una gallina grande.
Él nos guarda bajo sus alas, y nos calienta.
Más bien, nos deja indefensos bajo la lluvia,
para que aprendamos a confiar en Él
y no en nosotros mismos.
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