Cal y Manzanas
Eva, pintura al óleo de Durero
Quizá se de el caso de que yo sea tan malo para titular un artículo breve, como lo soy para escribirlo. Al menos podría decir que he hallado una sana proporción y armonía entre ambas falencias, aunque no se si estas sirvan de algo, sinceramente. Ok. Vayamos al meollo de la introducción.
A veces es difícil saber como comenzar un escrito, así como es difícil saber dónde detenerse. No solo porque uno puede no cautivar a su lector y, ¿Por que debería hacerlo? Se ha dicho que con miel se atrapan más moscas que con hiel. Pero, ¿quién diablos quiere un puñado de moscas comiendo de su mano? Quizá deba aclarar que no será tan claro y meloso lo que diré en un momento, y la falta de claridad puede que se deba a mi culpa, mi culpa, y mi gran culpa. Soy yo quien no ha estudiado con profundidad la lógica de Aristóteles, por lo que mis ideas no suelen ir como una máquina ferrovial, con todos sus vagones detrás, cual patitos tras su madre. Pero, si de algo sirve este intento de enseñar algo, ¡que así sea! Sino, al menos habrá sido persuadido de lo importante que es estudiar lógica y retórica, y evitar así hacer el ridículo en un fallido intento de hacer malabares con palabras frente a una audiencia, para terminar a cuatro patas en el piso.
¡Ah! Y agradezcan a Plum, porque este breve escrito es una excusa para usar su frase y decir una o dos cosas graciosas en torno a ella.
Cal y manzanas, entonces...
Desde el principio, nuestro apetito por las manzanas ha sido empleado con el fin de librarnos del señoreaje de nuestro Padre. Nos hemos comido una mentira del Diablo en forma de una fruta colgando de un árbol. Pero ¿Qué tiene de malo comer una manzana?
El mal del pecado de Adán, según creemos, no residió en la fruta en sí, sino es su uso. No son las cosas, sino nuestro amor por ellas y, cuando este se halla fuera de su justa medida, o cuando hacemos un uso ilegítimo de tal o cual cosa creada, comienzan los problemas... ¿Acaso no podríamos considerar pecado el comer una fruta con la intención de desatar una rebelión contra nuestro Padre? Yo creo que si.
Sin embargo, a pesar de nuestro intento ab origine de deshacernos del gobierno de nuestro Creador, él sigue siendo nuestro soberano. Nuestro Dios no deja de ser Padre cuando crecemos, porque es creador; ni dejamos de ser sus hijos, porque fuimos creados por él. Un hijo puede elegir una esposa, pero sus padres no son elegidos a dedo. Padre solo hay uno, te guste o no.
Cuando un hijo deja a su padre y a su madre, para unirse a su mujer, no mata a su padre en el proceso. No fuimos creados para destronar al Rey. Y, como relatan los Evangelios, nuestra salvación comienza con el nacimiento de un Rey, y su posterior entronización, porque, en el principio, nuestra rebelión consistió en un intento de lograr la emancipación, y el saqueo de los bienes de este Rey.
Pero -y esto es importante- hay dos maneras de rebelarse: una es la rebelión abierta; la otra, una obediencia legalista al estilo del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo.
No es lo mismo honrar al Rey y amarle (el amor es obediencia, según San Pablo), que pagarle un impuesto de obediencia forzosa a regañadientes (como el hermano mayor), a fin de que no se meta en nuestros asuntos y nos deje en paz. ¿No ves la diferencia? Mira un poco más de cerca.
El mismo proceso emplearon algunas camadas de serpientes del tiempo de los profetas. Estos pintaban y cuidaban los sepulcros de los profetas, les daban una pseudo honra, una pulidita, aunque, en realidad, despreciaban a los profetas, y les daban muerte. Como señaló Jesús, usando de su típica y ácida agudeza: "ustedes matan a los profetas, y luego les mantienen los sepulcros adornados, como si los amaran". Jesús es una puerta tan estrecha, que, cuando una serpiente disfrazada de oveja quiere entrar, deja atrás su disfraz, cual si mudara su piel contra las raíces de un árbol. Dios no puede ser burlado.
La cal para blanquear es una óptima herramienta, y un óptimo disfraz en las manos equivocadas. Parafraseando a un viejo satírico, si Jesús hubiese tardado unos días más en resucitar, habríamos visto a un viejo fariseo yendo hacia el santo sepulcro con una brocha y un tarro de cal en la mano. La resurrección los dejó en evidencia, evidentemente.
Ahora bien: nuestras obras de justicia suelen ser usadas como la cal del fariseo, o la manzana de Eva; es decir, como tontos intentos de librarnos de Dios, sin sufrir consecuencias inmediatas, ni perder prestigio ante los hombres. Como dijo el gran PG Wodehouse:
“Una manzana al día, si se administra bien, mantiene alejado al médico”.
Es fácil parecer justo cuando el hermano al que usamos para medir nuestra piedad está en la pocilga de los cerdos. Es fácil parecer un tipo saludable comiendo una manzana al día. Es fácil blanquear la tumba de un profeta muerto. La manzana, que pretendía ser una manera de libertad, de mantener alejado al médico -de aparentar salud, digamos-, también expulsó a Adán del paraíso, y al hijo mayor de la gran fiesta del Padre.
Dos hermanos perdidos
Timothy Keller, autor de El Dios Pródigo, comenta lo siguiente, al hablar de la parábola del hijo pródigo:
La amargura de corazón, las quejas y la ingratitud se manifiestan en ese desprecio a la alegría y a la fiesta. Como dijo Douglas Wilson en un Tweet:
Dios, por supuesto. Un Dios tan pródigo como verdadero. Porque (y no debería hacer falta esta aclaración) cumplir con la ley no es andar con la cara larga, comiendo achicoria, y latigandose uno la espalda. Mucho menos ese extraño deporte fariseo de colar mosquitos y tragar camellos. Después de todo, no es el sudor de la frente, sino el pan, el vino, los niños correteando alborotados, y la esposa de tu juventud recreandote con sus encantos, lo que nos lleva a sudar un poco bajo el sol del campo, y no el hecho del sudor en sí mismo. Los mandamientos buscan preservar la buena vida y el gozo. Pero cuando se usan para preservar el ritualismo y el deporte fariseo, entonces Dios mismo viene y agarra a patadas nuestra idolatría, incluso en medio de su propio santuario. ¿No me cree? Entonces lea Ezequiel 9:6-7...
Note también que el padre tuvo que salir de la fiesta, para ir a rogar al hijo mayor que se alegrara. El hijo menor vino al Padre por sí mismo, pero el mayor tuvo que ser escoltado como si se tratara de un criminal, un aguafiestas, un mojigato arruinaplaceres. Hay dos males igualmente perniciosos: no arrepentirte cuando Dios te lo ordena, o no alegrarte cuando Dios te lo ordena. El segundo es peor aún, porque el que se arrastra y lamenta "por sus pecados" diez minutos después de que Dios le dijera que entrara a tomar algo y bailar, no es un gran santo, sino un mojigato que busca espectadores. Es como el chiquillo fanfarrón que, mientras todos juegan, está acaparando la atención de todos para que lo vean saltar de un árbol peligroso. A Dios no le impresionan nuestros shows. He aquí el berrinche de un hermano mayor: "Iré afuera, y verá mi padre cuán acérrimo soy en conservar mi pureza".
Allí tienes una razón por la que digo que el legalismo es tan destructivo como, o peor que, el antinomianismo. El antinomiano (el hermano menor) es uno que no se preocupa por guardar ni siquiera una tilde de la ley; y el legalista (el hermano mayor), uno que se preocupa en aparentar una minuciosa observancia de los detalles de la religión. Ambos desean las cosas del Padre, y quieren vivir sin su autoridad. Uno a través de la desobediencia; el otro, a través de una religiosa obediencia. El hijo mayor de la parábola, al haber sido siempre obediente, cree tener derecho a las posesiones del padre. Esta es la esencia del pecado. Es el ego y la arrogante hipocresía que suele plagar los rebaños del Señor. Hipocresía. De nuevo: ¡hipocresía!
Un tipo de levadura tóxica
Ambroce Bierce, en su diccionario del diablo dice que el Cristiano es: "el que cree que el Nuevo Testamento es un libro de inspiración divina que responde admirablemente a las necesidades espirituales de su vecino. El que sigue las enseñanzas de Cristo en la medida que no resulten incompatibles con una vida de pecado".
¿Por qué será que se nos satiriza como si fuésemos el epítome de la hipocresía?
Repartidores dominicales de manzanas
El hecho de que los pastores se nieguen a dar órdenes de parte de Dios, e imponer normas moralmente sanas, a fin de evitar sonar como "legalistas", los hacer ver como un padre que niega a su hijo el pan, a fin de evitar la glotonería; o como lo expresó alguien por ahí: Se trata de prohibir la madurez en favor de la pureza.
Los pastores, de hecho, a veces, se ven como encantadores de serpientes. Pero no deberían gastar sus energías en mantener a aquella vieja estirpe de lengua bífida sentada bajo control en la iglesia, sino que deberían darles un trato más semejante al que les ofreció Jesucristo. Usted debe alimentar ovejas, y ahuyentar lobos y serpientes. No debería estar aquí diciendo estas obviedades. Por favor, entonces no me de motivos. Vaya, ahuyente serpientes, y cuide a las ovejas.
Para concluir:
Un fariseo es uno que, al escribir un artículo, tiene como principal motivación el señalar los pecados de su prójimo. O bien lo hace para justificarse a sí mismo, y hacerse pasar por justo ante aquellos que lo leen. Como escribió cierta vez HL Mencken, la conciencia de éste es "una voz que le advierte que alguien puede estar mirando". Que Dios me ampare, entonces. Gracias a Dios, creo yo, nobles caballeros que me leen, se marcharan a casa con las piedras en los bolsillos, y así perdonarán mi cabeza. Prometo irme y no pecar más. Y, en caso contrario, conozco a un buen abogado que, además, es un buen amigo de mi Padre.
"Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores".
-San Marcos 2:17
Quizá se de el caso de que yo sea tan malo para titular un artículo breve, como lo soy para escribirlo. Al menos podría decir que he hallado una sana proporción y armonía entre ambas falencias, aunque no se si estas sirvan de algo, sinceramente. Ok. Vayamos al meollo de la introducción.
A veces es difícil saber como comenzar un escrito, así como es difícil saber dónde detenerse. No solo porque uno puede no cautivar a su lector y, ¿Por que debería hacerlo? Se ha dicho que con miel se atrapan más moscas que con hiel. Pero, ¿quién diablos quiere un puñado de moscas comiendo de su mano? Quizá deba aclarar que no será tan claro y meloso lo que diré en un momento, y la falta de claridad puede que se deba a mi culpa, mi culpa, y mi gran culpa. Soy yo quien no ha estudiado con profundidad la lógica de Aristóteles, por lo que mis ideas no suelen ir como una máquina ferrovial, con todos sus vagones detrás, cual patitos tras su madre. Pero, si de algo sirve este intento de enseñar algo, ¡que así sea! Sino, al menos habrá sido persuadido de lo importante que es estudiar lógica y retórica, y evitar así hacer el ridículo en un fallido intento de hacer malabares con palabras frente a una audiencia, para terminar a cuatro patas en el piso.
¡Ah! Y agradezcan a Plum, porque este breve escrito es una excusa para usar su frase y decir una o dos cosas graciosas en torno a ella.
Cal y manzanas, entonces...
Desde el principio, nuestro apetito por las manzanas ha sido empleado con el fin de librarnos del señoreaje de nuestro Padre. Nos hemos comido una mentira del Diablo en forma de una fruta colgando de un árbol. Pero ¿Qué tiene de malo comer una manzana?
El mal del pecado de Adán, según creemos, no residió en la fruta en sí, sino es su uso. No son las cosas, sino nuestro amor por ellas y, cuando este se halla fuera de su justa medida, o cuando hacemos un uso ilegítimo de tal o cual cosa creada, comienzan los problemas... ¿Acaso no podríamos considerar pecado el comer una fruta con la intención de desatar una rebelión contra nuestro Padre? Yo creo que si.
Sin embargo, a pesar de nuestro intento ab origine de deshacernos del gobierno de nuestro Creador, él sigue siendo nuestro soberano. Nuestro Dios no deja de ser Padre cuando crecemos, porque es creador; ni dejamos de ser sus hijos, porque fuimos creados por él. Un hijo puede elegir una esposa, pero sus padres no son elegidos a dedo. Padre solo hay uno, te guste o no.
Cuando un hijo deja a su padre y a su madre, para unirse a su mujer, no mata a su padre en el proceso. No fuimos creados para destronar al Rey. Y, como relatan los Evangelios, nuestra salvación comienza con el nacimiento de un Rey, y su posterior entronización, porque, en el principio, nuestra rebelión consistió en un intento de lograr la emancipación, y el saqueo de los bienes de este Rey.
Pero -y esto es importante- hay dos maneras de rebelarse: una es la rebelión abierta; la otra, una obediencia legalista al estilo del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo.
No es lo mismo honrar al Rey y amarle (el amor es obediencia, según San Pablo), que pagarle un impuesto de obediencia forzosa a regañadientes (como el hermano mayor), a fin de que no se meta en nuestros asuntos y nos deje en paz. ¿No ves la diferencia? Mira un poco más de cerca.
El mismo proceso emplearon algunas camadas de serpientes del tiempo de los profetas. Estos pintaban y cuidaban los sepulcros de los profetas, les daban una pseudo honra, una pulidita, aunque, en realidad, despreciaban a los profetas, y les daban muerte. Como señaló Jesús, usando de su típica y ácida agudeza: "ustedes matan a los profetas, y luego les mantienen los sepulcros adornados, como si los amaran". Jesús es una puerta tan estrecha, que, cuando una serpiente disfrazada de oveja quiere entrar, deja atrás su disfraz, cual si mudara su piel contra las raíces de un árbol. Dios no puede ser burlado.
La cal para blanquear es una óptima herramienta, y un óptimo disfraz en las manos equivocadas. Parafraseando a un viejo satírico, si Jesús hubiese tardado unos días más en resucitar, habríamos visto a un viejo fariseo yendo hacia el santo sepulcro con una brocha y un tarro de cal en la mano. La resurrección los dejó en evidencia, evidentemente.
Ahora bien: nuestras obras de justicia suelen ser usadas como la cal del fariseo, o la manzana de Eva; es decir, como tontos intentos de librarnos de Dios, sin sufrir consecuencias inmediatas, ni perder prestigio ante los hombres. Como dijo el gran PG Wodehouse:
“Una manzana al día, si se administra bien, mantiene alejado al médico”.
Es fácil parecer justo cuando el hermano al que usamos para medir nuestra piedad está en la pocilga de los cerdos. Es fácil parecer un tipo saludable comiendo una manzana al día. Es fácil blanquear la tumba de un profeta muerto. La manzana, que pretendía ser una manera de libertad, de mantener alejado al médico -de aparentar salud, digamos-, también expulsó a Adán del paraíso, y al hijo mayor de la gran fiesta del Padre.
Dos hermanos perdidos
Timothy Keller, autor de El Dios Pródigo, comenta lo siguiente, al hablar de la parábola del hijo pródigo:
“Los corazones de los dos hermanos eran iguales. Ambos hijos estaban resentidos con la autoridad del padre y buscaban la manera de librarse de ella. Los dos querían alcanzar una posición en la que pudieran decirle al padre lo que tenía que hacer. Es decir, cada uno se rebeló, pero uno lo hizo siendo muy malo y el otro siendo demasiado bueno. Los dos estaban lejos del padre, ambos eran hijos perdidos”.
La amargura de corazón, las quejas y la ingratitud se manifiestan en ese desprecio a la alegría y a la fiesta. Como dijo Douglas Wilson en un Tweet:
"¿Qué tipo de padre cree que un hijo que acaba de despilfarrar su herencia en fiestas, aún precisa una gran fiesta?"
Dios, por supuesto. Un Dios tan pródigo como verdadero. Porque (y no debería hacer falta esta aclaración) cumplir con la ley no es andar con la cara larga, comiendo achicoria, y latigandose uno la espalda. Mucho menos ese extraño deporte fariseo de colar mosquitos y tragar camellos. Después de todo, no es el sudor de la frente, sino el pan, el vino, los niños correteando alborotados, y la esposa de tu juventud recreandote con sus encantos, lo que nos lleva a sudar un poco bajo el sol del campo, y no el hecho del sudor en sí mismo. Los mandamientos buscan preservar la buena vida y el gozo. Pero cuando se usan para preservar el ritualismo y el deporte fariseo, entonces Dios mismo viene y agarra a patadas nuestra idolatría, incluso en medio de su propio santuario. ¿No me cree? Entonces lea Ezequiel 9:6-7...
Note también que el padre tuvo que salir de la fiesta, para ir a rogar al hijo mayor que se alegrara. El hijo menor vino al Padre por sí mismo, pero el mayor tuvo que ser escoltado como si se tratara de un criminal, un aguafiestas, un mojigato arruinaplaceres. Hay dos males igualmente perniciosos: no arrepentirte cuando Dios te lo ordena, o no alegrarte cuando Dios te lo ordena. El segundo es peor aún, porque el que se arrastra y lamenta "por sus pecados" diez minutos después de que Dios le dijera que entrara a tomar algo y bailar, no es un gran santo, sino un mojigato que busca espectadores. Es como el chiquillo fanfarrón que, mientras todos juegan, está acaparando la atención de todos para que lo vean saltar de un árbol peligroso. A Dios no le impresionan nuestros shows. He aquí el berrinche de un hermano mayor: "Iré afuera, y verá mi padre cuán acérrimo soy en conservar mi pureza".
Allí tienes una razón por la que digo que el legalismo es tan destructivo como, o peor que, el antinomianismo. El antinomiano (el hermano menor) es uno que no se preocupa por guardar ni siquiera una tilde de la ley; y el legalista (el hermano mayor), uno que se preocupa en aparentar una minuciosa observancia de los detalles de la religión. Ambos desean las cosas del Padre, y quieren vivir sin su autoridad. Uno a través de la desobediencia; el otro, a través de una religiosa obediencia. El hijo mayor de la parábola, al haber sido siempre obediente, cree tener derecho a las posesiones del padre. Esta es la esencia del pecado. Es el ego y la arrogante hipocresía que suele plagar los rebaños del Señor. Hipocresía. De nuevo: ¡hipocresía!
Un tipo de levadura tóxica
Ambroce Bierce, en su diccionario del diablo dice que el Cristiano es: "el que cree que el Nuevo Testamento es un libro de inspiración divina que responde admirablemente a las necesidades espirituales de su vecino. El que sigue las enseñanzas de Cristo en la medida que no resulten incompatibles con una vida de pecado".
¿Por qué será que se nos satiriza como si fuésemos el epítome de la hipocresía?
Repartidores dominicales de manzanas
El hecho de que los pastores se nieguen a dar órdenes de parte de Dios, e imponer normas moralmente sanas, a fin de evitar sonar como "legalistas", los hacer ver como un padre que niega a su hijo el pan, a fin de evitar la glotonería; o como lo expresó alguien por ahí: Se trata de prohibir la madurez en favor de la pureza.
Los pastores, de hecho, a veces, se ven como encantadores de serpientes. Pero no deberían gastar sus energías en mantener a aquella vieja estirpe de lengua bífida sentada bajo control en la iglesia, sino que deberían darles un trato más semejante al que les ofreció Jesucristo. Usted debe alimentar ovejas, y ahuyentar lobos y serpientes. No debería estar aquí diciendo estas obviedades. Por favor, entonces no me de motivos. Vaya, ahuyente serpientes, y cuide a las ovejas.
Para concluir:
Un fariseo es uno que, al escribir un artículo, tiene como principal motivación el señalar los pecados de su prójimo. O bien lo hace para justificarse a sí mismo, y hacerse pasar por justo ante aquellos que lo leen. Como escribió cierta vez HL Mencken, la conciencia de éste es "una voz que le advierte que alguien puede estar mirando". Que Dios me ampare, entonces. Gracias a Dios, creo yo, nobles caballeros que me leen, se marcharan a casa con las piedras en los bolsillos, y así perdonarán mi cabeza. Prometo irme y no pecar más. Y, en caso contrario, conozco a un buen abogado que, además, es un buen amigo de mi Padre.
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