Nuestro aniversario de bodas y, porqué no, una exhortación

 


"Está vestida de fortaleza y dignidad, y se ríe sin temor al futuro".
-Proverbios 31:25

“Cuando usted se casa con una persona, no sabe cómo será en treinta años. Nuestros antepasados no elaboraron las promesas nupciales con sus cabezas hundidas en la arena. Ellas tenían sus ojos bien abiertos a la realidad: ‘Para tener y protegerte de hoy en adelante, para bien o para mal, en riqueza o en pobreza, en salud o enfermedad, para amarte, honrarte y cuidarte hasta que la muerte nos separe. Y te prometo mi fidelidad’. Usted no sabe cómo será esta persona en el futuro. Podría ser mejor de lo que usted jamás haya soñado, o peor. Nuestra esperanza se basa en esto: somos elegidos, santos y amados. Dios está a nuestro favor, y todas las cosas cooperan para el bien de los que lo aman”.
- John Piper, Pacto matrimonial p.45.

 “Amar significa querer lo que no es amable; perdonar conlleva perdonar lo imperdonable. Fe supone creer lo increíble. Esperar significa confiar cuando todo parece desesperado”.
-GK Chesterton


El hombre y la mujer, como imagen de Dios, son un misterio. Pero algo sabemos de este misterio: no es bueno que alguno de los dos esté solo. Dios es un Dios trino, y las diferentes personas que subsisten en posesión plena de su sustancia, se relacionan y cohabitan desde toda la eternidad. ¿Qué tiene que ver esto con nuestro aniversario? Quizás el hecho, no menor, de que que la imagen de este Dios no entra en una relación accidentalmente con otras personas, sino que ese es su propósito fundamental: es lo que se espera de él. No es bueno que el hombre esté solo... repite eso conmigo. Bien, luego toca a la puerta de su padre, pide su mano en compromiso, e invita a salir a esa chica de una buena vez, para, un par de semanas después, casarte con ella hasta que la muerte los separe. ¡Qué les pasa! ¡No sean cobardes!

Retomando las riendas de mi caballo. De las relaciones que más moldean al hombre, el matrimonio es la que más lo hace. La amistad es un don eterno que, sin dudas, refleja la amistad de Dios con Dios, y de Dios con el hombre, y que, tras la parousia, durará eternamente. Pero el matrimonio es un pacto que refleja aún mejor el pacto de gracia y la relación de Cristo con su Iglesia: el marido amando sacrificialmente a su esposa, y la esposa honrando y respetando a su marido en todo, como al Señor. Y este pacto en especial, debo decir, es verdaderamente impactante a la hora de moldear a los hombres. Uno madura a otro ritmo en el matrimonio, y se debe, en primer lugar, a que Dios fue quien diseñó al hombre para funcionar así.

Puede que pienses, hombre moderno que me lees, que la soltería es una bendición. Pero, déjame decirte algo que Dios se ha cansado de repetir: la soltería no es buena para el hombre que está llamado a casarse. Y puede que pienses que debes ser perfecto para embarcarte en esta natural empresa, pero es el matrimonio el umbral donde los santos (exceptuando a los que tienen el don del celibato) se perfeccionan, no fuera de él. Este, por supuesto, no es un llamado a la inmadurez, sino a dejar las excusas y madurar. No es un llamado a elegir mal y sin examinar a un posible cónyuge, sino un llamado de atención ante aquella costumbre moderna de examinarlo todo, durante años, y nunca elegir lo bueno. Y si, lo bueno para ti, es no estar solo y obedecer a Dios. Elige a la chica, sé fiel a ella mientras vivas, amala como Cristo amó a la iglesia (si, eso implica falta de méritos de su parte y sacrificio vicario de la tuya) y trabaja duro para criar y educar a los hijos que ella te de, todo para la gloria de Dios. Ah, y recuerda que Jesús lo hizo todo por el gozo que tenía puesto delante. Así que piensa en tu esposa y en tus hijos, y sacrificate con fe por ellos: la alegría y el gozo se multiplican más que las heridas y los costos. Hay gozo adelante. Y la esposa, bueno... ella, si es virtuosa, es la corona tras tu sacrificio (Prov. 12:4), una corona a la que no deberían salirle espinas. Y si le salen, recuerda que Jesús las soportó viendo adelante, dónde esta se convertía en una corona de laureles y flores fragantes. Entonces, ¿Quién en su sano juicio rechazaría el bien y una corona? Un necio, sin dudas. 

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