Romance del nacimiento de mi hijo
Alfred Jacob Miller (siglo XIX) Un día tus redobles nuestra alma estremecieron, cual si tu pecho mismo tambor fuera del cielo; de parche carnecino, de tu sino pregonero. Así latió tu vida tras el seno materno, en húmedo recinto, profundo, tibio y ciego. Cual ritmo de la liebre escapando por el cerro, así golpeaba el tuyo, ¡Tu corazón pequeño! Tú, sólo de redobles, y yo ardía en amor paterno. Te recibí en mis brazos, tú ya vestido y tierno. Recién habías salido tras nueve meses dentro; recién habías llegado, como llegan los guerreros: entre metal y sangre, un veintidós de Enero. Tal como narra Hebreos, te abrieron un sendero por el velo de tu madre, hacia este, nuestro suelo... Mi esposa fue dormida, y de su lado abierto, como Eva en el principio, brotó el retoño nuestro: carne de nuestra carne, y soplo de Dios, eterno. Dormimos poco esa noche, pues, reclamabas el pecho, la leche de tu madre, que ansiabas con anhelo. Nunca fue tan divina la Trinidad en ...